No son vacaciones
Releyendo lo último que escribí el verano pasado en la oficina de mi antiguo trabajo, recuerdo mi rutina: llegar temprano al MOP (Ministerio de Obras Públicas de la Provincia de Buenos Aires), bajarme en la parada que me dejaba en esa plaza seca de acceso, seca por el cemento y por esa especie de fuente-pileta que nunca vi llena, ingresar al edificio por esas puertas circulares que giran azulmente, las cuales siempre me dieron un poco de miedo, llamar al ascensor y subir a mi oficina en el piso 10.
Aún no había nadie esa mañana, algo que me encantaba, poder abrir las ventanas, esperar a que se caliente el agua del bidón, ser la primera en llenar mi termo, tomar los primeros mates en soledad. Era enero, el trabajo era muy poco, por no decir nulo.
Desde el micro venía pensando en una consigna de un taller que estaba haciendo por el verano. La consigna pretendía que le diéramos una definición poética a alguna palabra que nos gustase. Durante ese mes, pensé en muchas palabras que se repetían sin darme cuenta, palabras que creo que tienen que ver de alguna manera conmigo.
Esa mañana aproveché la soledad de esa oficina silenciosa, en esa ciudad desolada y comencé a definir palabras.
Hoy, en las vísperas de un invierno, en otra ciudad, una ciudad con mar, releo esas definiciones y un poco envidio a mi yo del pasado: no solo por las palabras, sino también por esa oficina solitaria, esa plaza seca, esa ciudad desolada.
¿Es este texto, entonces, una evocación? No lo sé.
Quizás este blog es la excusa perfecta para no dejar de definir algunas cosas.
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