Instrucciones para construir una casa

 

Como arquitecta, no tengo experiencia. Nunca construí nada, o mejor dicho, nunca materialicé algo. Construir, por no decir imaginar; imaginar, eso sí lo hice mucho.
Pero eso no cuenta como experiencia. No se pone en el currículum: "Imaginé mi casa de mil maneras distintas, fantaseé con distintos estilos". Quise construir una casa nueva desde cero, comprar esos mantos de césped y plantarlos en el jardín, eligiendo especie por especie las plantas que me gustaría tener. Comprar las griferías más modernas que existieran, investigar todo tipo de carpinterías y, finalmente, elegir unas alemanas de última tecnología, capaces de abrirse de distintas maneras dependiendo de lo que se necesite. Se abren de lado, como una puerta, y también, si se quisiera dejar un poco abierta para que entre el aire de la tarde o de la mañana, se inclinan —creo que son 45 grados— hacia abajo.

También soñé con heredar una casa vieja, pensada y diseñada para personas de otros tiempos, con costumbres y vidas distintas. Reedaptar esos espacios, pensarlos y repensarlos en el presente para hacerlos aptos para la vida cotidiana. Integrar alguna cocina olvidada, oscura, con la peor orientación, y convertirla en lo que hoy llamamos estar, un lugar para sentirse en casa.
Creo yo que toda casa debería tener un lugar de llegada, un espacio donde quitarse los zapatos y simplemente sentir que se ha llegado a destino. Un refugio para esconderse de lo hostil de los días.
Pero claro, una no cuenta en una entrevista de trabajo, ni pone en su perfil de LinkedIn, que va por los barrios perdida en las ventanas de las casas, pensando en las vidas posibles que evocan. Imaginando los horarios de salida y de entrada, las configuraciones familiares que las habitan. Una no consigue un trabajo serio dejando en evidencia ese tipo de dispersión.

Para mí, pensar en casas es pensar en infinitas combinaciones posibles. Las pienso mutantes, oscilantes en el tiempo, escenarios de las vidas de múltiples personas, fieles al elenco de turno. Creo que hay algo de condena en el acto de construir una casa, una especie de muerte. En lo concreto, en los ladrillos, en el hilo que delimita los espacios antes de que sean espacios, deambula la muerte de la idea. Capturándola para siempre como en una foto quieta y eterna, convirtiéndola en una especie de templo. También quedan condenados los usuarios, destinados a organizar sus vidas y rutinas en esa sucesión de espacios, organizados bajo un orden aleatorio.
Una suele preguntarse, al llegar a una nueva casa, por qué está esto aquí o con qué intención habrán hecho aquello. De cualquier modo, una se acostumbra y encuentra la manera de hacerlo propio.

Podría decir que, con la poesía, pasa un poco lo mismo. (Como escritora, aunque no me lo crea, tengo más experiencia que como arquitecta, porque para escribir solo hace falta escribir). Un lector anónimo recibe un texto de otro y, como puede, lo hace suyo. Es por eso, creo, que la poesía es un lenguaje universal. No muchos se animan a hablarlo, pero estoy segura de que todos lo entienden.
A diferencia de las casas, los poemas se mantienen mejor en el tiempo. Son atemporales, ya que el tema de la existencia y sus consecuencias suele permanecer. Hay cuestiones que cambian, que avanzan o retroceden, pero nuestra presencia en el mundo y cómo nos percibimos creo que nos atormentará de algún modo para siempre.

Si tuviera que construir una casa, no sabría por dónde empezar. Como mencioné al principio de este texto, no tengo experiencia. No he construido nada. Pienso que aún no estoy lista. Quizás mis ideas están demasiado vivas y no consigo matarlas todavía. O será por ese temor, el temor que produce cruzar el umbral de lo desconocido.

En fin, este texto es una farsa desde su encabezado: no creo que haya instrucción alguna para construir una casa.


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