Como arquitecta, no tengo experiencia. Nunca construí nada, o mejor dicho, nunca materialicé algo. Construir, por no decir imaginar; imaginar, eso sí lo hice mucho. Pero eso no cuenta como experiencia. No se pone en el currículum: "Imaginé mi casa de mil maneras distintas, fantaseé con distintos estilos". Quise construir una casa nueva desde cero, comprar esos mantos de césped y plantarlos en el jardín, eligiendo especie por especie las plantas que me gustaría tener. Comprar las griferías más modernas que existieran, investigar todo tipo de carpinterías y, finalmente, elegir unas alemanas de última tecnología, capaces de abrirse de distintas maneras dependiendo de lo que se necesite. Se abren de lado, como una puerta, y también, si se quisiera dejar un poco abierta para que entre el aire de la tarde o de la mañana, se inclinan —creo que son 45 grados— hacia abajo. También soñé con heredar una casa vieja, pensada y diseñada para personas de otros tiempos, con costumbres y vi...
Moretones Al llegar a esta casa, ya sabía su historia. Sabía de la pareja que antes había vivido aquí, sabía que las cosas no habían ido bien entre ellos. Incluso sabía quién había vivido antes de ellos y que tenía un perro. Recuerdo cuando la vinimos a ver antes de decidir alquilarla ya noté una especie de ausencia. Los marcos blancos de los portarretratos colgaban de la pared sin fotos, las plantas tenían un aspecto sombrío, quietas, tratando de subsistir. El patio terminaba de delatar el desuso prolongado, los frutos de los árboles de la vereda estaban desparramados por el suelo, aunque sin pisar. La mesa y las sillas permanecían guardadas en una funda, al resguardo de quién sabe qué. A pesar del abandono, decidimos quedarnos con ella. En ese entonces, no teníamos mucha opción. Cuando no contás con muchas opciones, corrés una especie de desventaja. Aunque, a decir verdad, las cosas que se presentan lo hacen en su estado más puro; no necesitan embellecerse para convencer a nadi...
Releyendo lo último que escribí el verano pasado en la oficina de mi antiguo trabajo, recuerdo mi rutina: llegar temprano al MOP (Ministerio de Obras Públicas de la Provincia de Buenos Aires), bajarme en la parada que me dejaba en esa plaza seca de acceso, seca por el cemento y por esa especie de fuente-pileta que nunca vi llena, ingresar al edificio por esas puertas circulares que giran azulmente, las cuales siempre me dieron un poco de miedo, llamar al ascensor y subir a mi oficina en el piso 10. Aún no había nadie esa mañana, algo que me encantaba, poder abrir las ventanas, esperar a que se caliente el agua del bidón, ser la primera en llenar mi termo, tomar los primeros mates en soledad. Era enero, el trabajo era muy poco, por no decir nulo. Desde el micro venía pensando en una consigna de un taller que estaba haciendo por el verano. La consigna pretendía que le diéramos una definición poética a alguna palabra que nos gustase. Durante ese mes, pensé en muchas palabras que...
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